sábado, 6 de junio de 2015

Inmigración digital

        Días pasados un alumno me dijo que yo, como mis antepasados no eran propios de aquí, la Argentina, éramos “invasores”. El tema venía a cuento porque respondí a una pregunta que me hicieron diciendo que mis abuelos eran europeos, mi abuela, de Galicia, y mi abuelo, nieto de genoveses. Por lo tanto, eran invasores.
        Por respuesta le dije que no eran invasores, ya que habían venido a trabajar, y con poco o muy poco. Y a eso se habían dedicado toda la vida.
        Bueno, creo que también nosotros somos inmigrantes digitales, pero no somos invasores. Llegamos para trabajar. Hay quien le gusta más las TIC, a otras conocidas mías no les gustan para nada, y rechazaron de plano cualquier aproximación a la era digital. Recuerdo haberles dicho “éste es un tren, si no te subís, te quedás en el andén” y espero que hayan tomado ese tren. Yo lo tomé, aunque no de buen grado. Pero sabía que debía actualizarme, especialmente para poder trabajar, que es lo que como a todos, me interesa.
        Debemos actualizarnos, debemos tomar el tren, nos guste o no. Si vamos a viajar, no sabemos bien cómo funciona la locomotora, ni cómo están enganchados los vagones, pero nos subimos, viajamos igual, porque tenemos un objetivo que va más allá del tren. Subimos igual. Lo mismo sucede con las TIC, nos subimos igual. Luego podremos usarlas más o menos, según el lugar que nos toque para enseñar. Pero las usamos. Las usamos para nosotros mismos también. Prácticamente podríamos decir que no podemos vivir HOY  en la era de la radio a galena, o del televisor blanco y negro. Ya no volveremos atrás. No volveremos a usar las tablillas cuneiformes.
        Pero sí, como dice el texto, somos inmigrantes digitales pero nativos pedagógicos, y eso es lo que cuenta. A diferencia de nuestros abuelos, SÍ traemos muchas cosas, muchas cosas. Y las podemos compartir. Vinimos a trabajar, a un mundo que no sabemos muy bien adónde va. Pero podemos darles a nuestros alumnos muchas cosas. Todas las cosas que traemos, y que ellos no conocen. Porque tampoco lo saben todo. Son iguales a todas las generaciones nuevas del mundo: hay que enseñarles. Y aquí estamos nosotros. Vinimos a trabajar.
        Además, nosotros ya nos adaptamos. No teníamos calculadora, no había más que televisión blanco y negro, no había video ni computación. No había impresora, apenas había fotocopiadora, y mucho menos, monitores. No teníamos más que juguetes de plástico, pocas muñecas, algunos ositos de peluche. No teníamos tabletas, no se imaginaba el mundo ni siquiera con computadoras en el hogar (salvo en las películas de ficción) y Robotina existía sólo en el dibujo animado Los Supersónicos: había que barrer con la escoba y no quedaba otra. La computación era de Flash Gordon y con el tiempo fue algo temible como en Terminator: viendo esta película, muchos pensaron que usar la computadora era una forma de acelerar el viaje de este monstruito desde el futuro. La resistencia no se hizo esperar.
        Pero hoy, y fuera del cine en donde todo es posible, sabemos que no todo es posible. Que en muchas escuelas falta todo, y es difícil implementar en todos lados las mismas formas de enseñar. Hay que adaptarse, sin perder nuestro objetivo de enseñar, que sigue siendo importante. Sigue siendo lo más importante. Porque hay que seguir educando, todos los días, en un mundo que no se sabe dónde va.
        Y si se es profesor, se es profesor con todas las formas en que podamos serlo, sin negar ninguna, ni las viejas técnicas ni las nuevas. Porque para ser profesor hay que tener “cintura”, y adaptarse y adaptarnos para lograr el objetivo que tenemos por delante: trabajar para ellos y para nosotros y para todos. Como los inmigrantes. Pero con muchas más posibilidades que podemos aprovechar, si somos profesores y nos gusta educar.

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